Mi nombre llevará cualquier poema,
y estaré en un rincón, donde tus ojos
se detengan, mirando al infinito.
Yo seré, en la quietud, cálido grito,
y mi voz será el eco de tu pena.
Seré, al atardecer, roja diadema
del sol, que se retira, silencioso…
rescatando mi ausencia del olvido.
La noche, su favor me ha concedido,
y en tu cielo, por siempre seré estrella.
Mi confidente fiel, la luna bella,
recitará mis versos más hermosos,
que llegarán, tan sólo a tus oídos.
Yo te enseñé a volar con los sentidos.
Tù me enseñaste a andar sobre la tierra.
Publicado por Francisca Quintana
1 comentario:
Un bello poema este que compartes con nosotros, besos.
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